PRELUDIO Y DANZA DEL ALBA

Para quinteto de metales y banda

Año de composición: 2006

Encargo de la Agrupació Artística Musical de Denia
I Premio Concurso Internacional de Composición de Música para Banda de Corciano (Italia)

 

Duración: 14′
Dificultad: Solistas 6, banda 4
Instrumentación: Quinteto de Metales (2 tptas, trpa, tbn, tuba) y Banda Sinfónica (Ver detalles)
(También existe versión para Quinteto de Metales y Piano)

 
Estreno
Festival Internacional de Bandas de Música Wonju Tattoo 2006

Chiak Art Center. Wonju. Corea del Sur
Strombor Brass Quintet
Banda Sinfónica de la Agrupació Artística Musical de Denia
Director: Frank De Vuyst

 

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El sonido de una flauta irrumpe en el silencio de la noche. Las cuatro notas de su melodía van fluyendo de manera lánguida y serena, entremezclándose con el profundo aroma de los jazmines y formando suaves remolinos que recorren las angostas callejuelas de paredes encaladas. ¿Acaso no son estas cuatro notas las mismas con las que Ravel comienza su maravillosa Rapsodia Española? El profundo y melancólico tetracordio se va vistiendo poco a poco; las suaves armonías evocadoras iniciales van dando paso a la expresión vehemente de viejas pasiones, de sueños adolescentes que parecían perdidos en un remoto lugar de la memoria y que explotan finalmente. Pero esta explosión, aunque impetuosa, es breve (también la vida lo es) y se disuelve de nuevo en la quietud de la noche mientras, a lo lejos, el tañido tenue de una campana anuncia la llegada del alba. Al ritmo de una marimba misteriosa las sombras inician un inquietante baile y van desapareciendo. Los primeros rayos del día van tiñendo de naranja la cal y las ventanas. Se oyen palmas, cantes, jaleos. Y, entonces, comienza la danza. Una desenfrenada danza que sirve para festejar el renacer de un nuevo día pero, además y aunque parezca pretencioso, una danza que lleva, en cada una de sus notas, el aroma penetrante del romero, el sabor embriagador del moscatel, el maravilloso azul del cielo mediterráneo y tantas otras cosas que hacen que amemos inevitablemente a esta tierra.

Luis Serrano Alarcón, prólogo de la edición impresa