DE TIEMPO Y QUIMERA
Año de composición: 2005
Obra encargada por el Instituto Valenciano de la Música
Duración: 16′ 30”
Dificultad: 5
Instrumentación: Banda Sinfónica (Ver detalles)
Movimientos
I. Pasa
II. Singladura
III. Sombras
Estreno
Certamen de Bandas de la Comunitat Valenciana. Sección 3ª
23 de Octubre de 2005
Paraninfo de la Universidad Laboral de Cheste (Valencia)
Banda Unión Musical Santa Cecilia de Xilxes
Agrupación Musical de Alfara del Patriarca
Sociedad Musical Algueñense
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Esta obra está inspirada en tres de los poemas del libro Tiempo y quimera, del poeta Germán Gaudisa. En este libro, la poesía de Gaudisa es desgarradora y dramática. Fue escrito en el invierno de 1971-72 y en él afloran gran parte de las obsesiones del autor, entre ellas y sobre todo, la muerte y el paso implacable del tiempo. Entre el continuo desaliento y escepticismo existencial que late durante todos los poemas es posible apreciar, en cambio, un aire de esperanza que hace mantener al autor aferrado a una vida que perderá, a causa de una grave y larga enfermedad, tan sólo tres años después, a la edad de 29 años.
La obra de Gaudisa está dividida, como su título indica, en dos partes: Tiempo, de la que he extraído los dos primeros poemas, Pasa y Singladura, y Quimera donde podemos encontrar el tercero, Sombras.
No duermo ni descanso
viendo como este tiempo
me consume
día a día
más y más.
No quiero dar reposo
a mi dolorido cuerpo,
para que no se le escape
segundo alguno,
y sienta más a cada instante
esta muerte que lleva dentro.
A veces
me paro,
no respiro,
obligo al silencio
intentando ver si estos segundos
hacen también un alto
en su camino.
Pero ellos implacables,
rudos,
siguen marcando sonoramente
sus horas
en el comedor y en la vecina torre.
El tiempo
veloz
nos gasta,
nos envuelve,
erosiona nuestra vidas.
Va pasando.
Y segundo que muere,
segundo muerto es.
Lo veo en los niños
y en las hojas
de los árboles,
hoy las tienen, mañana no.
Quizás en primavera
volverán a brotar,
pero ya no serán aquellas
que albergaron este quejido leve,
o un sí casi mudo.
Pasa,
tiempo pasa,
pero yo a mi cuerpo
no le quiero dar descanso alguno,
para que la agonía
de cada uno de tus segundos
sea mi propia agonía,
poder ir contando tus latidos breves
y muriendo contigo al unísono,
mientras el reloj de la torre
marque una hora indefinida
que se pierda en mi alma
y en tus segundos muertos.
Han pasado sobre mí
unas nubes
que me han hecho temblar
y han alborotado mi nostalgia.
He recordado cuando en un silencio
ibas acariciando mi alma
y tus ojos quemaban en los míos.
Créeme,
aquello fue verdadero,
intenso y honrado.
Fue sólo tuyo y mío.
No quebramos las flores
ni rompimos los vidrios de las ventanas.
No rompimos nada.
Sólo por lo bajo
salimos a contar estrellas
y a besar la luna con la mano.
Las tardes se iban
sucediendo, sin ocaso,
y sólo nos dábamos cuenta
de que nos moríamos
y que poco a poco,
lentamente, íbamos agonizando.
Una muerte apagada sin duelo
algo que hacía
rechinar los trenes
y correr el viento
que venía frío desde el norte.
Luego, después,
cuando transcurran los días
y no quede nada,
cuando te salgan arrugas en la frente
y callos en el alma,
cuando hayas surcado infinitas singladuras
y la sonrisa te sea un martirio,
recuerda aquello tan sencillo,
y tan puro,
cuando cogidos de la mano
íbamos en busca de algo eterno,
sintiendo intensamente el instante:
Viviendo.
Hay sombras con cuchillos
que buscan entre las llagas
como carbones encendidos
para no dejarlas cicatrizar.
Nieblas densas, hirientes,
nacidas de preñez mal concebida
entre seres informes
y que nos acechan en cualquier lugar
en penumbras negras.
Rostros velados
a la media luz de las palabras,
que suenan en los largos pasillos
de los cráneos, martilleados
continuamente con delirios.
Sauces viejos
en sombras sin color,
mordiendo la furia
del instante de una dicha,
y que rugen con los recuerdos opacos
en la brevedad inestensible del día
y ahogándonos de cerca.
En blanca cera
clavan sus sucios puñales
y sus uñas negras,
estas exactas sombras
que dejan abierta herida
para que no puedan recobrar su forma
hasta que el grato calor
las funda y las extinga.
Ciempiés de dedos retorcidos,
que recorren en el alba
sus senderos llenos de miseria,
en busca de los rastrojos
que en nosotros dejo la noche terrible
en sorda penumbra ciega.
Sombras
sombras
sombras indefinidas,
sombras con puñales refulgentes,
sombras que hieren y emponzoñan,
sombras de claveteos mecánicos
en nuestros anhelos idos,
que dan el puntillazo último, certero
y seguro, para que sin leve quejido
dejemos de existir.
Bailan junto a nuestras
cálidas fantasías, haciendo corro,
hormigas delirantes,
sorbiendo la savia joven
de nuestros sentidos
y más amados recuerdos.
Y nosotros, débiles a los fantasmas ciertos,
lanzamos casi sin furia
nuestras armas con la negra noche,
apuntando a un infinito invisible,
sin que siquiera alguno de los aguijones
quede clavado en estos enemigos
en sombra de cada día,
o entre los rostros de máscara
carentes de cuerpo.